En una esquina una meretriz, de muy baja categoría, intenta
hacerse de un dinero que necesita para subsistir; en la misma esquina un perro
orina un par de bolsas de basura que esperan ser llevadas al relleno sanitario.
Un ambiente de poca brisa, moscas por todas partes, una calle muy tenue y de
poco tráfico, lo que no garantiza una buena noche para la meretriz. El perro no
tiene problema, el romperá un par de bolsas más en busca de huesos o
menudencias. La prostituta, el perro, la luz, las moscas, las bolsas de basura,
son solo una escena de muchas. Tan cíclica, tan parecida a todo, tan extraña y
familiar a la vez.
Un borracho que camina hacia adelante y hacia atrás, que se
tambalea entre la pestilencia del anís y un poco de alguna droga de baja
categoría. Viene y va, va y viene, se acerca a la basura, espanta al perro e
intenta hurgar. Hablando solo y diciendo un par de cosas entre dientes. La
prostituta lo mira, y escupe dándose la vuelta, jadeando y quejándose. El
borracho ni la mira y sigue en su quehacer, mientras el perro le ladra
quejándose por la invasión.
La noche es más larga de lo normal, nadie transita la calle y
un silencio invade el lugar. Un frio extraño sopla de repente, la meretriz se
frota los brazos descubiertos, el perro se recoge debajo de un carro parqueado
a la orilla de la calle, y el borracho ni se inmuta. Así transcurren las horas
en una tétrica escena que no termina. Desidia, inmundicia y decadencia, es el
cuadro dinámico que enmarca un mundo deplorable.
¡Qué triste la vida del perro! Que amargo sabor de boca y que
experiencia visual tan indescriptible. Debe ser perturbante tener que lidiar
con semejante situación, lo que de seguro hará que no vuelva a pasar por aquí.
La suerte no favorece a todos y todos no favorecen a nadie, lo que hace que
todo esto sea aterrador, indigno y de aspecto desagradable. En cuanto al
borracho y la prostituta, es muy probable que permanezcan allí, ya que de no
ser así mi visión no se deslumbraría constantemente al verlos. Las bolsas de
basura quizás ya no sean las mismas, jamás me he detenido a ojearlas.
Jesús Calderín
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